Los documentales sobre Ruby Franke y Piper Rockelle exponen el peligro de convertir la infancia en contenido viral, denunciando abusos y vacíos legales en redes sociales.

La televisión ha sido testigo de infancias doradas y también de pesadillas ocultas, pero en los últimos años, las redes sociales han superado a la pantalla chica como el nuevo escenario de la fama infantil. Este cambio radical en el consumo mediático está siendo diseccionado por documentales como Devil in the Family: The Fall of Ruby Franke (Hulu) y Bad Influence: The Dark Side of Kidfluencing (Netflix), que exponen los rincones más oscuros del fenómeno family vlogger. Aquello que comenzó como contenido «tierno» de niños jugando en casa, se ha convertido en un territorio turbio que vulnera leyes laborales, privacidad infantil y salud mental.

El rostro de esta problemática tiene nombres propios. Ruby Franke, conocida por el canal de YouTube 8 Passengers, fue arrestada en 2023 y declarada culpable de abuso infantil. Por su parte, Piper Rockelle, una influencer adolescente con millones de seguidores, ha sido centro de controversias por la conducta de su madre y mánager, Tiffany Smith. Las plataformas como YouTube e Instagram, principales escenarios de este tipo de contenido, han sido forzadas a reaccionar, pero los vacíos legales persisten.

El lado oscuro de los likes: abuso y monetización de menores

Los documentales recientes no se limitan a contar historias escandalosas; también evidencian un sistema sin reglas claras. En Bad Influence, dos activistas denuncian que Instagram permite a los seguidores pagar por contenido exclusivo de cuentas que publican imágenes de menores, lo cual según The Hollywood Reporter, representa un «grave riesgo» de explotación infantil. Aunque Instagram impuso restricciones en 2024 mediante las «Teen Accounts», la regulación sigue siendo insuficiente, según la activista Sarah Adams de Kids Are Not Content, quien afirma que «Instagram es particularmente peligroso por la presencia de depredadores».

YouTube, por su parte, ha reaccionado suspendiendo la monetización de canales como el de Piper Rockelle e incluso eliminando por completo los de Ruby Franke. Sin embargo, como señaló el portavoz Boot Bullwinkle, la plataforma sigue permitiendo que niños menores de 13 años tengan presencia supervisada. Esto, según expertos como Chris McCarty de Quit Clicking Kids, no es suficiente para frenar la tendencia de «niños-actores sin contrato», donde se monetiza cada gesto, berrinche o sonrisa infantil.

Activismo juvenil y legislación en movimiento

La resistencia no viene sólo de documentales; también hay una nueva generación de activistas listos para poner un alto. McCarty, una estudiante de 20 años, impulsó un proyecto de ley inspirado en el caso de los Stauffer, quienes documentaron la adopción y posterior «devolución» de un niño con necesidades especiales. El proyecto de McCarty ha sido aprobado en estados como Illinois y California, e incluye medidas como reservar un porcentaje de los ingresos generados por los niños para ellos mismos, y el derecho a eliminar contenido una vez alcanzada la mayoría de edad.

Como informó NBC Insider, este tipo de leyes se inspiran en la famosa Ley Coogan de Hollywood, pero adaptadas al universo digital. Aunque YouTube afirma apoyar estos esfuerzos y ya permite eliminar contenido de menores a pedido, la falta de mecanismos universales deja muchas brechas. Lo que para algunos padres es documentar «momentos familiares», para otros es explotar emocionalmente a sus hijos en nombre de la viralidad.

Cultura del «sharenting» y una industria sin frenos

El documental de Netflix sobre Rockelle también revela una dimensión psicológica inquietante: la niñez como una actuación constante. Como describe la crítica de New Yorker Magazine, lo que empieza como juegos inocentes, se transforma en un «horror de abuso, coacción y pérdida de la infancia». A esto se suma la falta de consentimiento: ni Piper ni su madre participaron en el documental, lo que abre un debate ético sobre cómo narrar estas historias cuando los protagonistas están atrapados en su propia jaula mediática.

La activista Sarah Adams propone un enfoque cultural más que legal. Su objetivo es cambiar la mirada de los padres hacia cómo comparten y consumen contenido infantil. En sus palabras: «Si puedo ayudar a los padres a ver esto desde otro lente, ya estoy haciendo algo». El mensaje es claro: más allá de las leyes, es el consumo de este contenido lo que alimenta el sistema. Tal como se plantea en el documental, dejar de ver contenido familiar podría ser el primer paso hacia una infancia más libre.

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Editor con más de una década de experiencia en periodismo cultural y digital. Lidera la línea editorial de Estereofónica con una mirada aguda sobre el mundo del entretenimiento, abarcando música,...